Baste decir que el primer domingo del único mayo de 2053, la pequeña sonda de reconocimiento estalló en 4.563 fragmentos grandes, y muchos más de menor tamaño. Sus restos chisporrotearon un tiempo en la inmensidad que se estira entre las estrellas y desaparecieron como absorbidos por un niño con una pajita. Todo ello en el más absoluto de los silencios.
Desde la nave nodriza tripulada, en la que viajaban Edgard W. Siffil, de Tennessee, Amin Lebeuf, de Orán, y un orangután llamado Bill, se emitió un comunicado que llegaría al extenso desierto de la Tierra dos años más tarde: “Sin éxito”, oraba éste.
Inmediatamente después de que la pequeña cápsula se disipase en los monstruosos confines del espacio, la nave nodriza comenzó el regreso con su derivar inerte por la avenida de los astros. Una inminente nube roja, igual que un largo dedo viejo, trataba de interceptar la nave.
Edgard W. Siffil echó un último vistazo a Passalosa V-15, en cuya órbita se había evaporado
El largo dedo gaseoso alcanzó el morro de la nave y lo zarandeó como antes lo hacía el viento a la avena, arrojando placas metálicas al titilante infinito. Bill gritaba, chillaba, aullaba y se rascaba. Amin guardó la foto en el bolsillo y se posó frente a una ventana tras la que se derramaban hebras rojas. Edgard W. Siffil envió un último comunicado al extenso desierto de la Tierra: “Busquen otro lugar”. Y añadió: “O arreglen el que tienen”.
Por Jorge Jiménez Ríos
Relato ganador del certamen de microcuentos organizado por Ediciones Godot.Ilustración original para la revista Esperando a Godot.
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